El mayor inconveniente que se presenta a la hora de diseñar un ascensor espacial es encontrar un material lo suficientemente fuerte para el cable y aunque parezca mentira, la mayoría, por no decir todos, de los materiales que os pueden estar rondando por la cabeza no servirían para crearlo y todo debido a lo que se conoce como “resistencia a la tracción”.
¿Al infinito y más allá? Un ascensor que cambiará los viajes espaciales
Cuando construimos un cable de un material determinado y lo sometemos a un esfuerzo de tracción (es decir, tiramos de él con cierta fuerza o le colgamos un peso) el material tiende a estirarse más o menos dependiendo de una magnitud que se conoce como “Módulo de Young” y que es característica de cada material.
Fundamentalmente, el módulo de Young es la fuerza que es capaz de soportar el material por cada metro cuadrado que tenga de superficie.
Así, un cable de acero podrá soportar más fuerza cuanta más área posea y más alto sea su módulo de Young, como corresponde a la idea intuitiva de que cuanta más gorda sea una cuerda más peso soporta.
De esta manera, una goma elástica típica, como las que todos hemos utilizado para incordiar la calva de algún profesor detestable, suele tener un módulo de Young que ronda los 600 o 700 Newton por metro cuadrado, mientras que un cable de acero como los que se utilizan en las grúas o para afianzar la carpa de las fiestas del pueblo suele rondar los 100 GigaNewton por metro cuadrado (cien mil millones de Newton por metro cuadrado).
Sin embargo y pese a ser este último número bastante asombroso, ninguno de estos materiales es capaz de soportar el esfuerzo indefinidamente.
El increíble mundo de la ciencia
Pese a que se podría pensar que un material solo se rompe si lo sometemos a un esfuerzo mayor al que es capaz de resistir, esto es solo verdad a medias y ha sido una de las verdades más amargamente descubiertas de la historia de la humanidad.
En realidad, cuando se somete un material a un esfuerzo, pese a resistirlo, el material pierde poco a poco sus propiedades elásticas (su capacidad de recuperarse) en lo que se conoce como fatiga del material.
Y digo que ha sido uno de los descubrimientos más amargos de la humanidad por las circunstancias en la que este ocurrió, que no fueron otras que la extraña e inexplicable fecha de caducidad que cierto modelo de avión británico presentó durante la década de los cincuenta. Cuando uno de estos aviones alcanzaba cierta cantidad de horas de vuelo, sus alas estaban tan increíblemente fatigadas que rompían y provocaban un accidente aéreo con la consiguiente mutilación o muerte del piloto.
Y este es el mayor inconveniente para la construcción de un ascensor espacial, pues hasta comienzos de los años noventa no se conocía ningún material capaz de soportar indefinidamente su propio peso y no sentir fatiga ante él.
Sin embargo, todo eso cambió cuando, en 1991, un físico japonés apellidado Iijima y galardonado con el “Premio Príncipe de Asturias” de este año, descubriese los nanotubos de carbono.